Diseño dimensional de puestos de trabajo

Escrito por Prevención Integral - España

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Entre las relaciones que en todo sistema persona-máquina (P-M) vinculan muy estrechamente a la persona con la máquina (recordemos que máquina es todo aquello que no es persona) están las relaciones dimensionales.

ergotrabajo

Redacción

Éstas, como todas las demás (informativas y de control, de tiempos, energéticas, ambientales, etc.) deben alcanzar la máxima compatibilidad entre ellas y entre las personas y las máquinas, pues las incompatibilidades provocan, errores, accidentes, fatiga, enfermedades, ineficiencias e ineficacias.

Unos zapatos incómodos irritan y dañan los pies, provocan dolores y nos ponen de mal humor, hasta que decidimos tirarlos a la basura o ponerlos en la horma; pero un puesto de trabajo mal diseñado (no adaptado a la persona) daña el organismo, provoca dolores y enfermedades, nos disgusta, afecta la productividad y la calidad del trabajo, nos pone de mal humor..., pero no podemos abandonarlo y “tirarlo a la basura”, pues estamos obligados a someternos a su mal diseño, día tras día, cada semana, cada mes, todo el año, todos los años... Incluso en muchas ocasiones no tomamos conciencia del mal diseño del puesto de trabajo y lo soportamos abnegadamente durante la jornada laboral, culpándonos a nosotros mismos por ignorancia: “es la edad”, es que “no he dormido bien”, etc., etc,, etc... pues sus defectos acostumbran a estar enmascarados tras dolores cervicales, lumbares, de hombros, de cabeza, várices, accidentes, baja productividad, mala calidad de los productos, absentismo sin explicación o simple apatía por el trabajo.

El principio básico de la Ergonomía que debe regir siempre en el diseño y rediseño de puestos de trabajo, herramientas, objetos, ambientes, etc., es el de la adaptación de dichos elementos y condiciones a las capacidades y limitaciones, físicas y mentales, de los distintos usuarios, y nunca a la inversa. Considerando en todo momento que, aunque las personas nos parecemos, no somos iguales y existen notables diferencias físicas y mentales entre las personas: edad, sexo, experiencia, conocimientos, habilidades, motivaciones, carácter, temperamento y, por supuesto, antropométricas.

Siempre formamos parte de algún sistema

Durante las veinticuatro horas del día, minuto a minuto, todos los años de nuestras vidas, estamos formando parte secuencialmente de múltiples sistemas y ocupando los más variados espacios en diversos lugares donde realizamos todas nuestras actividades, alguna de las cuales, ciertamente, jamás podemos dejar de hacer. Pasamos de sistema en sistema, según nuestros objetivos. Las relaciones dimensionales que se establecen entre nuestros cuerpos y muchos de estos sistemas generalmente no se ajustan a nuestras necesidades antropométricas y nuestros cuerpos protestan para que nos larguemos de ese sistema, manifestando, primero disgusto y malhumor, y después, si no atendemos sus protestas, dolores, lesiones, enfermedades, accidentes.

Nuestra casa es un sistema y según en qué subsistema nos encontremos, nos comportaremos de forma diferente; por lo tanto, necesitamos condiciones diferentes: en el dormitorio, en la ducha y el baño, en el comedor, en el recibidor, como en cualquier otro sistema P-M en que nos encontremos: en el coche, metro o autobús; en la fábrica, mina, aula, u oficina; en la biblioteca, en casa realizando un sinnúmero de actividades domésticas, viendo la televisión, leyendo la prensa, descansando; en la calle, en la montaña, en la playa, en la discoteca, en el bar, en el restaurante, las personas se ven obligadas con mucha frecuencia, aunque a veces inconscientemente, a adaptarse físicamente para integrarse a los sistemas, golpeándose, estirándose, encogiéndose, agachándose...

La revolución industrial trajo consigo la producción masiva en serie, lo que provocó una derrota para las compatibilidades dimensionales que existían entre las personas y sus entornos, cuando el diseño de los mismos dependía de los artesanos; lo mismo en los productos y herramientas, como en los espacios de actividad en todos los ámbitos de la vida. Por los objetos y el mobiliario dejados por nuestros antepasados es posible saber, más o menos, cómo eran físicamente e incluso cómo pensaban y qué costumbres y hábitos tenían, porque todo se hacía a su medida. Incluso las unidades utilizadas partían de las personas: el codo, el pie, la pulgada, el palmo..., cuando las personas eran la medida de todas las cosas. Por el tamaño de sus armaduras sabemos que los valientes guerreros de la edad media eran mucho menos corpulentos y altos que lo supuesto y que reflejamos en las películas, y por los muebles de la casa del Greco en Toledo sabemos que el ilustre pintor no era tan esbelto como lo imaginamos al observar su autoretrato al compararlo con los cánones actuales.

Con la Revolución Industrial desapareció el antropocentrismo y las “maravillosas” máquinas pasaron a ser los elementos más importantes y costosos dentro de los sistemas P-M, mientras que las personas se convirtieron en las piezas menos importantes, fácilmente sustituibles y más baratas. Tal como señala “El Roto” en una de sus magníficas viñetas que publica en la prensa, en la que un “señor” afirma muy seguro de sí: “Si una máquina se avería hay que arreglarla, pero si se estropea un obrero, sólo hay que cambiarlo por otro. Esa es la superioridad del hombre”

Porque, paradójicamente, diseñar y construir una máquina resulta caro, mientras que a las personas las diseña, construye, desactiva y recicla, “gratuitamente” la naturaleza; los seres humanos abundan y, por el trato que reciben de algunos diseñadores de máquinas, puestos de trabajo, herramientas, etc., algunas veces hasta parece que sobran las personas. Este gran absurdo es nuestro lastre conceptual al proyectar puestos de actividad y trabajo: no se tienen en cuenta a las personas.

Los diseñadores de máquinas, puestos, espacios, productos, envases, tienen muy claros los conceptos de la mecánica, del diseño como arte, de la estética, pero no muchos aplican realmente los principios ergonómicos. Algunos tienen poco o nada claras las ideas sobre las relaciones entre los puestos de trabajo (espacios y dimensiones, usabilidad de las herramientas, esfuerzos físicos...) y las personas, la antropometría y la biomecánica. Incluso, en ocasiones, se encuentran diseños de puestos de trabajo en los cuales sus proyectistas han creído haber aplicado conceptos ergonómicos, e incluso así los llaman: “coche ergonómico”, “silla ergonómica”, “licuadora ergonómica”, cuando realmente no ha sido así o los han aplicado mal, y utilizan el apellido “ergonómico” como publicidad sin saber qué es la Ergonomía, y obligan a los trabajadores a manipular cajas de cartón de un peso irrelevante, pero de dimensiones enormes y sin asas, y apilarlas a dos metros y medio de altura haciendo cabriolas en las puntas de los pies, o a enroscar manualmente tapas de plásticos de botes de crema con una cadencia de uno por segundo durante una o más horas, sólo por citar dos ejemplos reales tomados de nuestra reciente memoria en industrias tecnológicamente muy avanzadas.