De la "revolución verde" a la “crisis alimentaria”

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El mundo se enfrenta al reto de alimentar a cerca de 10.000 millones de personas y aumentar la producción de alimentos en un 70% de aquí al año 2050. Urge una profunda revolución tecnológica y la transformación de los modelos de producción y consumo para asegurar explotaciones más productivas, rentables y sostenibles, y satisfacer las necesidades nutritivas de la población del planeta.

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AÑOS 1960 – 1980: ALIMENTAR UN MUNDO EN DESARROLLO

“Revolución verde” fue el término acuñado para describir el importante incremento de la productividad agrícola y de la producción de alimentos que se desencadenó entre 1960 y 1980 en Estados Unidos. Consistió en la adopción de una serie de prácticas y tecnologías, entre las que se incluyen la siembra de variedades de cereales más resistentes a los climas extremos y a las plagas, principalmente trigo, maíz y arroz, el empleo de nuevos métodos de trabajo, incluyendo la mecanización, el uso de fertilizantes, plaguicidas y sofisticadas técnicas de riego, que posibilitaron alcanzar altos rendimientos de los cultivos. El resultado fue la aparición de una serie de innovaciones en el campo de la agricultura y de la explotación del medio ambiente en beneficio humano como producto de la investigación especializada, que fueron en gran parte posibles gracias a los adelantos de la biotecnología y de la ingeniería genética.

Este hito histórico fue alcanzado como producto de la labor del Ingeniero Agrónomo, genetista, fitopatólogo y humanista estadounidense Norman Borlaug (1914- 2009), Premio Nobel de la Paz en 1970, considerado por muchos el padre de la agricultura moderna y de la Revolución verde. Con la ayuda de organizaciones agrícolas internacionales, se dedicó durante años a realizar cruces selectivos de variedades de trigo, maíz y arroz en países en vías de desarrollo, hasta obtener las más productivas. La motivación de Borlaug fue superar la baja productividad de los métodos agrícolas tradicionales, y contraponer a esta situación las perspectivas de la revolución verde como alternativa para erradicar el hambre y la desnutrición en los países subdesarrollados. La revolución influyó en numerosos países del mundo, y desencadenó el inicio del cambio radical de los esquemas de producción y comercialización de los productos alimenticios.

e la adopción de semillas mejoradas la que permitió que Paquistán incrementara en cerca de un sesenta por ciento su producción de trigo entre 1967 y 1969, convirtiendo a dicho país, de segundo beneficiario de la ayuda en alimentos de Estados Unidos, en nación prácticamente autosuficiente en abastecimiento de este cereal. El mismo "milagro" científico permitió incrementar la producción triguera de la India en un cincuenta por ciento entre los años 1965 y 1969, lográndose el autoabastecimiento de alimentos básicos de esta sobrepoblada población en 1972.

El uso de nuevas variedades de arroz permitió también que Filipinas dejase de importar este alimento básico. Al mismo tiempo, numerosos países subdesarrollados de África iniciaron campañas que les permitiesen gozar de beneficios similares. Los resultados de la revolución verde en América Latina fueron también significativos en términos globales, en especial con relación al maíz y otros cultivos básicos, y a la satisfacción de necesidades urgentes en el terreno de la desnutrición. Las perspectivas de obtener variedades de alto rendimiento, a la vez que sumamente completas en cuanto a contenido nutritivo, estaban bien fundamentadas, y permitían visualizar el porvenir con optimismo, que no excluía prestar especial atención a la sensatez y a la racionalidad en lo relativo a los sistemas de distribución y comercialización. La disminución del desequilibrio entre el crecimiento de la población y el de la producción de alimentos había de permitir a los países en desarrollo enfrentar con más tiempo, aunque no por ello con menos rigor, el problema demográfico, un factor amenazador de las perspectivas de desarrollo sostenible.

La revolución verde produjo importantes avances en el aumento de la producción de alimentos, pero no dio suficiente relevancia a la “calidad” nutricional, ya que sus objetivos se centraron en la expansión de variedades de cereales con proteínas de baja calidad y alto contenido en hidratos de carbono. Estos cultivos de cereales de alto rendimiento, también llamados “transgénicos”, hoy ampliamente extendidos por todo el mundo, presentan deficiencias en aminoácidos y un contenido desequilibrado de ácidos grasos esenciales, vitaminas, minerales y otros factores determinantes de la calidad nutricional de los alimentos. Si bien la expansión de los cereales altos en calorías consiguió evitar la inanición en buena parte del mundo durante varias décadas, el empobrecimiento y desequilibrio nutricional generado como consecuencia de dietas basadas en ellos agravó el problema de la desnutrición y la creciente incidencia de complicaciones de salud crónicas en personas aparentemente bien alimentadas: las denominadas “enfermedades de la civilización.

Por otro lado, es preciso reconocer que la revolución verde benefició fundamentalmente a las grandes empresas, que contaban con los recursos y tenían la capacidad de invertir en nuevas tecnologías, a diferencia de lo que ocurrió con las pequeñas explotaciones. Desencadenó el inicio de la “agricultura intensiva”, cuyos problemas se manifestarían con el paso del tiempo bajo la forma de pérdida de biodiversidad, deterioro de la productividad, erosión de los suelos, deforestación incontrolada, contaminación por agroquímicos, y deficiente gestión de los recursos hídricos. En síntesis, dio paso a parte importante de los factores que con el paso del tiempo han llevado, entre otros problemas, a la emergencia climática y a la crisis alimentaria.

AGENDA ONU 2030: GARANTIZAR EL DESARROLLO SOSTENIBLE

El segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas señala como meta lograr “Hambre Cero” para toda la Humanidad. A finales del año 2019 Naciones Unidas advirtió que 821 millones de personas están en riesgo de inseguridad alimentaria en el mundo, la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, y actualmente más del 10% de los más de 7.500 millones de habitantes que pueblan la Tierra no tiene acceso regular a los alimentos que les garanticen un desarrollo normal y, por tanto, una vida saludable.

Si bien la percepción de la gravedad de la crisis climática por parte de los gobiernos y de la sociedad ha ido en aumento durante la última década, dando lugar a la búsqueda de soluciones paliativas a situaciones que han llegado a ser difíciles o imposibles de revertir, la crisis alimentaria que afecta al mundo de modo crónico desde tiempos inmemoriales ha pasado desapercibida, o no ha captado suficientemente la atención del mundo contemporáneo, hasta que el ser humano ha tomado conciencia de la estrecha relación que existe entre las agresiones al medio natural y la distorsión de los ciclos climáticos, la pérdida de biodiversidad, el aumento de la contaminación, y la emergencia de múltiples riesgos para la salud y la seguridad de los habitantes del Planeta.

La crisis alimentaria no es un problema reciente, afecta a todo el mundo, y no es de fácil solución si no se adoptan medidas y se diseñan estrategias inteligentes y transversales para controlarla. En la actualidad existen muchas zonas de emergencia por hambre debido a guerras, distorsión del clima, incremento de la intensidad y frecuencia de desastres naturales como sequías, inundaciones o temperaturas extremas, migraciones descontroladas, desplazamiento y menor rendimiento de los cultivos, incremento de la incidencia de plagas, falta de infraestructuras de procesamiento, distribución y almacenaje de alimentos, creciente presión sobre los recursos naturales y aumento de las desigualdades sociales. Los anteriores factores, así como otros de diversa naturaleza que interactúan con ellos y entre sí, personifican las principales causas que ponen en peligro la capacidad de la humanidad para alimentarse de modo sostenible.

Después de breves periodos de bonanza en que los expertos señalasen la reducción del hambre en el mundo y se alcanzasen grandes avances en la lucha contra la pobreza extrema, muchos de estos logros se quedaron a mitad de camino cuando el mundo se enroló en la guerra en Oriente Medio y surgió la crisis financiera del 2008, que redujo la disponibilidad global de recursos económicos. A este panorama se ha sumado el progresivo agravamiento de la crisis climática y de sus secuelas bajo la forma del aumento de la frecuencia e intensidad de los desastres naturales. Además, es un hecho que la insolidaridad internacional ha ganado terreno en el mundo, lo que ha agravado las desigualdades tanto entre naciones como dentro de ellas, provocando que el problema del hambre haya vuelto a surgir como factor de preocupación mundial.

La creciente presión sobre los recursos naturales, el aumento de la desigualdad, los fallos en la distribución, y los efectos de la crisis climática, son las principales causas que ponen en peligro la futura capacidad de la humanidad para alimentarse. La forma habitual de gestionar la agricultura no es una opción válida si el objetivo es la circularidad, y hacen falta grandes transformaciones en los sistemas agrícolas, en las economías rurales y en el manejo de los recursos naturales. Además, el aumento de la producción alimentaria y el crecimiento económico implican a menudo considerables costes ambientales: muchas tierras de cultivo y bosques que tiempo atrás cubrieron la tierra han desaparecido por efecto de la erosión y la sobreexplotación, las fuentes de agua subterránea se agotan peligrosamente, y la biodiversidad se encuentra seriamente amenazada.

La degradación del suelo por contaminación o mal uso genera el aumento de los costes de explotación, además de los costes ocultos del uso creciente de fertilizantes, de la pérdida de biodiversidad y del deterioro del patrimonio natural. Mejorar e incrementar la productividad del suelo mediante prácticas sostenibles, reducir los residuos provenientes de la cadena de valor de los alimentos, y retornar nutrientes a la tierra, son algunos de los factores que pueden contribuir significativamente a enriquecer el suelo y a aumentar su valor como recurso. La economía circular aplicada a la agricultura, al movilizar el material biológico a través de la digestión anaeróbica o de procesos de compostaje para garantizar el retorno de nutrientes al suelo, reduce la necesidad de utilizar fertilizantes químicos. Este es el principio básico del concepto de regeneración llevado a la práctica.

HORIZONTE 2050: ALIMENTOS SALUDABLES PARA EL MUNDO GLOBAL

El sector Agroalimentario se enfrenta al reto de alimentar a cerca de 10.000 millones de personas y a aumentar la producción de alimentos en un 70% de aquí al año 2050. Urge una profunda revolución tecnológica y la transformación de los modelos de producción y distribución para hacer que las explotaciones en el campo sean más productivas, rentables y sostenibles, y que la cadena de valor alimentaria sea gestionada de modo que pueda satisfacer las necesidades nutritivas de toda la población del planeta.

El sector Agroalimentario ha de evolucionar hacia el concepto “Smart Agro” mediante la sustitución de los procedimientos lineales de extracción – producción – consumo, por modelos sostenibles fundamentados en la producción ecológica y en el empleo de sistemas de explotación basados en tecnologías de última generación. Entre los requisitos clave para reorientar al sector agroalimentario de modo eficaz, cabe citar los incluidos en lo que se podría denominar el “Decálogo de la Alimentación Sostenible”.

1 – Implantar un modelo agroalimentario eficaz y regenerativo

El sector agroalimentario ha de evolucionar hacia la sustitución de los procedimientos lineales de extracción – producción – consumo – residuos, por modelos de producción sostenibles fundamentados en la producción regenerativa y ecológica, que a la vez favorecen la captación de dióxido de carbono, principal causante de la crisis climática. Si a ello se suma el empleo de sistemas de explotación basados en tecnologías de última generación, es posible afirmar que, bien gestionada, la tierra tiene capacidad suficiente para abastecer cuantitativa y cualitativamente de alimentos a una humanidad cuya población crece incesantemente, y cuyas reivindicaciones en términos de calidad de vida evolucionan en el mismo sentido.

2 – Frenar el deterioro y la degradación de la calidad del suelo

La degradación del suelo por erosión, deforestación, contaminación o mal uso representa unos costes elevados a nivel mundial, sin tener en cuenta los costes ocultos del uso creciente de fertilizantes, la pérdida de biodiversidad y el deterioro del patrimonio natural. Mejorar e incrementar la productividad del suelo mediante prácticas sostenibles, reducir los residuos provenientes de la cadena de valor de los alimentos, y retornar nutrientes a la tierra, son algunos de los factores que pueden contribuir significativamente a enriquecer el suelo y a aumentar su valor como recurso.

3 – Limitar la agricultura extensiva

Los ecosistemas creados por la agricultura extensiva son inestables, vulnerables, no son autosuficientes ni propician la biodiversidad. Los beneficios que aportan al ser humano deben considerarse en justa proporción con la utilización de los recursos naturales, el equilibrio ambiental universal y la conservación de la biodiversidad.

4 – Impulsar la Bioeconomía y conservar la Biodiversidad

El valor que tienen los residuos orgánicos y la biomasa generados desde diferentes fuentes es innegable, y la meta debe ser procesarlos como recursos y aprovechar la oportunidad de extraer el potencial que contienen en forma de energía, de nutrientes o de materiales susceptibles de ser reincorporados a los ciclos técnicos y biológicos.

5 – Erradicar el desperdicio en la totalidad de la cadena de valor alimentario

Persisten residuos estructurales significativos en la cadena alimentaria y en la bioeconomía, y alrededor de un tercio de los alimentos que se producen anualmente en el mundo se desperdician. A escala mundial, se calcula que el desperdicio de alimentos alcanza a más del 30% de la producción, y numerosos países suelen sufrir pérdidas significativas de alimentos por falta de instalaciones de almacenaje y distribución, infraestructuras de procesamiento, plagas de los cultivos, y mal manejo de las explotaciones y de la cadena alimentaria.

6 – Asegurar la rentabilidad y la productividad integral del sistema alimentario

En un entorno globalizado, incierto, confuso, sujeto a la volatilidad y a la inestabilidad del sistema económico, es necesario gestionar las inversiones en activos físicos y equipamientos procurando extender al máximo su vida útil. El sector agroalimentario no escapa a esta necesidad, y debe procurar enfocar las inversiones sobre la base de estrictos criterios de competitividad y rentabilidad.

7 – Frenar la contaminación y el uso abusivo e indiscriminado de agroquímicos

La degradación del suelo hace necesario el uso de mayores cantidades de fertilizantes sintéticos y plaguicidas para mantener adecuados niveles de rendimiento productivo, lo cual conlleva además los efectos colaterales que estos productos ocasionan como contaminantes ambientales, de aguas superficiales, de acuíferos y de suelos, al margen de los perjuicios a la biodiversidad por agresiones a la fauna.

8 – Poner fin al uso de envases de un solo uso

El deficiente envasado de alimentos y bebidas conduce al excesivo uso de materiales y a la generación de residuos, que se traduce en impactos ambientales adicionales, y pone en cuestión los sistemas de embalaje utilizados. Es necesario tener en cuenta que a menudo se trata de envases de plástico, metal o cristal de un solo uso, que son utilizados como herramientas publicitarias que invitan a la compra compulsiva, excesiva e innecesaria, y acaban como elementos altamente contaminantes en océanos, lagos, ríos y vertederos descontrolados.

9 – Erradicar los hábitos de consumo irresponsables

Afortunadamente, hoy en día se percibe un cierto aumento de la conciencia colectiva en relación con el medio ambiente, un indicador de que, concretamente en el ámbito de la alimentación, crece el número de personas motivadas a asumir la responsabilidad de optar por hábitos de consumo saludables. Comportamientos de esta naturaleza son asimilados por la sociedad de modo lento y gradual, pero llega el momento en el que los adopta y expresa de modo natural. El ejercicio reiterado de estos hábitos da lugar a prácticas circulares elementales, tales como el reciclaje, la recuperación, el uso de envases retornables, el rechazo de los envases de plástico de un solo uso, y la compra de productos ecológicos.

10 – Relocalizar y adaptar los cultivos al cambio de las condiciones climáticas

La crisis climática está generando importantes cambios en diversas zonas agrícolas del planeta, comprometiendo la viabilidad y el rendimiento de muchos cultivos. La presencia de temperaturas extremas, el aumento de la frecuencia e intensidad de desastres naturales como inundaciones y sequías, y el incremento del nivel de los océanos, son algunos de los fenómenos que amenazan el cultivo rentable y la producción de especies vegetales por cambio de las condiciones ambientales que requieren para el desarrollo equilibrado de su ciclo biológico. Esta situación obliga a desplazar los cultivos hacia zonas más favorables, en las cuales las condiciones climáticas permitan su implantación asegurando rendimientos productivos compatibles con niveles de producción de alimentos ajustados a la necesidad de alimentar a un mundo en que la demanda de alimentos es creciente, tanto en términos cuantitativos como cualitativos. Todo ello, sin dejar de lado el hecho de que, en paralelo a la relocalización de los cultivos, surge la necesidad de relocalizar las poblaciones que dependen de la agricultura como único recurso laboral y base de subsistencia.

Al igual que en cualquier ámbito de actividad, si se emplean en el sector agroalimentario los instrumentos digitales y tecnológicos de última generación, se adoptan los principios de la circularidad y de la transversalidad, y se orientan adecuadamente los modelos de producción y consumo, es posible alcanzar la sostenibilidad integral del sistema, y así cubrir las necesidades de una población en continuo aumento, a la cual es vital garantizar una alimentación saludable.

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