Empresa, economía y ecología: un vínculo indisociable

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El objetivo de cualquier empresa ha de ser generar riqueza, contribuir al crecimiento estable de la economía, cubrir las necesidades de la sociedad, y asegurar la sostenibilidad integral del Planeta. Alcanzar y consolidar esta meta implica utilizar responsablemente los recursos naturales, para lo cual es vital proyectar el cometido empresarial respetando los principios fundamentales de la ecología.

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EL MEDIO AMBIENTE: BASE DE LA ECONOMIA PROSPERA

La preocupación por los temas ambientales se ha hecho evidente a partir del último cuarto del siglo pasado, como producto del gradual aumento de la sensibilidad de la sociedad en relación con la integridad y futuro de su entorno físico. Pese a que los problemas de agresión al hábitat se iniciaron en el momento mismo de la aparición del hombre sobre el planeta, la magnitud e intensidad del impacto y de los cambios provocados han ido en aumento a lo largo de la historia de las civilizaciones, adquiriendo especial relevancia durante el corto lapso de los últimos doscientos años, es decir, el período abarcado por el auge de la era industrial y el espectacular avance de la ciencia y de la tecnología.

Una realidad esencialmente pluridisciplinar, multifacética, con connotaciones de globalidad y de proyección mundial, que trasciende sin fronteras en el tiempo y en el espacio, genera repercusiones no sólo de tipo político, económico y social, sino también ético. Y ello conduce al inevitable replanteamiento de la condición humana como protagonista y centro de atención tanto de la actividad económica como de la dinámica del entorno vital.

La problemática del medio ambiente y sus repercusiones en los ámbitos económico, social y político implican sin duda alguna la necesidad de una reflexión seria a lo largo de todo el proceso en que la realidad del tema se manifiesta de múltiples maneras. Llega inevitablemente el momento en que el diálogo y el compromiso aparecen como alternativas imprescindibles para asumir responsabilidades, mediante las cuales sea posible promover acciones marcadas por el pragmatismo y la objetividad, de modo que aparezca factible concretar actitudes responsables.

La evolución de la humanidad ha inducido profundos cambios culturales y de actitud en la sociedad, que han configurado las características de la relación entre el ser humano y su sustrato vital. Voluntaria o inconscientemente, el primero ha explotado y moldeado al segundo en beneficio propio, sin medir las consecuencias a largo plazo de sus actos, y sin asumir la naturaleza finita de los recursos en juego. Esta evolución en cultura y actitud aún no ha alcanzado el grado de madurez ecológica que requiere el tema.

Las agresiones al medio ambiente son en su mayor parte producto de la actividad humana, sobre todo si se tiene en cuenta que dichas actividades se llevan a cabo canalizándolas a través de una u otra forma de organización empresarial. Resulta inevitable reconocer el papel que juega la empresa dentro de este contexto, enfoque que además es indisociable de sus repercusiones en los planos social, político y económico. Además, el tema ambiental y su relación con el mundo de la empresa es un hecho variado y complejo, cuya vigencia está por encima del transcurso del tiempo, del contexto, de las opiniones, de los problemas y de las soluciones aportadas por la evolución de la ciencia y de la tecnología.

La reacción que a lo largo de los últimos años ha empezado a provocar en la sociedad civil la percepción de los problemas ambientales justifica reflexionar sobre esta situación y sus aspectos más relevantes, antes de perfilar las estrategias de crecimiento económico que apuesten por la sostenibilidad. Por su naturaleza emprendedora, el ser humano ha de afrontar este desafío como un grado de responsabilidad que le obligue a reconciliarse con el entorno natural, del cual depende, y al cual le ata un ineludible compromiso de rigurosa gestión.

EL MEDIO AMBIENTE COMO GUIA DE LA ACTIVIDAD EMPRESARIAL

Desde un punto de vista macroeconómico, se debe reconocer que el planeta tierra es un sistema "autosuficiente", que funciona como una unidad cerrada, en base a sus recursos propios y finitos, exceptuando la aportación de energía solar y el reflejo y emisión de energía y temperatura hacia el espacio. Constituye un todo limitado, sujeto a la utilización dinámica y cíclica de unos recursos renovables y de otros no renovables. Por lo tanto, el sistema ecológico debe administrarse con criterios económicos ajustados a esta realidad y a las necesidades sociales que ha de satisfacer.

La consideración del ambiente en el ámbito de la empresa es una realidad que ha sido gradualmente asumida por los actores en juego. A nivel global, han surgido indicios de lo que podría denominarse la "nueva economía", planteada en función de la modificación de las escalas de valores y de las actitudes sociales tradicionales. La puesta en entredicho de indicadores macroeconómicos como el PIB, así como la gradual adopción de nuevos criterios de valoración de los recursos productivos esenciales y de los efectos de la contaminación, reflejan todos ellos un avance significativo en tal sentido. En las primeras reuniones internacionales sobre medio ambiente y desarrollo, como fueron las de Estocolmo (1972) y Rio de Janeiro (1992), fueron planteados importantes compromisos para fijar los criterios básicos para el establecimiento de un nuevo orden económico y ecológico, que posteriormente han culminado a lo largo de casi medio siglo con los protocolos de Kioto, los acuerdos de París, las COP, y los controvertidos intentos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Prescindiendo de la relatividad del alcance y de la materialización práctica de los acuerdos adoptados en tales eventos, al menos han quedado demostrado a través de ellos la preocupación social y política por garantizar a la humanidad la capacidad de sustentación del planeta.

Para prosperar en el siglo XXI con garantías de éxito, el mundo empresarial y económico ha de tener en cuenta asumir retos y compromisos que implican interacción con el medio ambiente. La sociedad cuenta actualmente con las herramientas necesarias para asumir dicho reto, puesto que la ciencia y la tecnología, consideradas como bases doctrinales libres de ideologías dogmáticas, constituyen un valioso soporte para ello. Sin embargo, poco se conseguirá avanzar en tal sentido si no se cuenta con la voluntad de adoptar las actitudes y esquemas de comportamiento social y empresarial que el orden económico y el compromiso ecológico exigen.

La empresa, como unidad productora de bienes y servicios, al margen de su actividad específica, de su ubicación física y de su ámbito geográfico, constituye un núcleo utilizador de recursos naturales renovables y no renovables, y una plataforma susceptible de contaminar el aire, el agua y el suelo. Por lo tanto, si su actividad no es regulada y convenientemente gestionada, puede transformarse en fuente de agotamiento de recursos y en foco de agresión ambiental. Sin descartar el papel que también deben jugar en ello los estamentos gubernamentales, la empresa es una entidad a nivel de la cual se ha de ejercer la responsabilidad de administrar los recursos limitados y de contabilizar sus costes, así como los del deterioro del entorno. La suma de las actitudes ambientales de las empresas regionales, nacionales y mundiales, será la que determinará en el futuro la naturaleza y los efectos de sus actividades dentro del ámbito socioeconómico globalizado. Todas las empresas, grandes y pequeñas, de cualquier área de actividad y ámbito geográfico, influyen de uno u otro modo en el medio ambiente, y se ven tarde o temprano enfrentadas a la necesidad de adoptar medidas correctoras y preventivas en relación con las agresiones que deterioran o amenazan en mayor o menor medida el territorio natural.

Ejemplos de esta realidad lo constituyen empresas de diversos sectores que en algún momento han protagonizado escenas de alto impacto ecológico. En el sector del petróleo, la sensibilización por los problemas ambientales se desencadenó a partir de siniestros desencadenados por diversos accidentes de barcos “superpetroleros”, cuyo impacto en la vida oceánica, en las actividades pesqueras, en el turismo y en zonas costeras, han sido incuestionables: una actividad extractiva, que preocupaba relativamente poco desde el punto de vista ambiental a los países productores, pasó al primer plano de la controversia y de la censura por parte de grupos políticos, sociales y de opinión pública. En el sector de la industria química, accidentes como el ocurrido en Bhopal en 1984, generaron reacciones inmediatas en amplios sectores sociales y políticos, dando lugar a las correspondientes tendencias de cambio en las normativas y enfoques estratégicos del sector. En el mundo de la construcción y de las grandes obras de ingeniería civil, es también posible constatar efectos que pueden afectar al medio ambiente de diversas formas, que van desde la obtención extractiva de materiales, el impacto ambiental ocasionado por la construcción de grandes presas y embalses, hasta la generación de residuos inertes y escombros, con los consecuentes resultados en cuanto a impacto visual y agresión al territorio natural. También este sector ha generado efectos ambientales de alto impacto como consecuencia de la construcción desmesurada de grandes infraestructuras, tales como carreteras, embalses, instalaciones industriales y urbanizaciones.

En el futuro será cada vez más difícil emprender grandes proyectos de ingeniería sin antes someterlos a estudios serios y rigurosos de impacto ambiental, y sin prever la regeneración o restauración del territorio que pueda ser afectado por obras de gran envergadura. Lamentablemente, muchas obras de ingeniería ambientalmente conflictivas han constituido una realidad desde hace años en países industrializados, e inclusive en naciones emergentes, y sus efectos negativos sobre el entorno han sido a menudo irreversibles, obligando a corregir las agresiones causadas, y a evitar futuros impactos sobre el medio mediante la adecuada planificación. Esta última opción representa una gran oportunidad para las empresas que lleven a cabo en el futuro proyectos de infraestructuras tanto en países emergentes como industrializados, ya que permite ajustarlos a una estrategia adaptada a un desarrollo sostenible sintonizado con los requisitos que plantea la protección del entorno natural.

Las empresas ejercen sobre el entorno el efecto derivado de la integración de sus actividades y, por lo tanto, sus responsabilidades en este sentido indiscutibles. Es a nivel de los sistemas y técnicas de gestión empresarial donde cabe adoptar las medidas que permitan reconciliar la actividad económica y la producción sostenida de bienes y servicios, con el mantenimiento de un ambiente sano, acogedor y propicio para la vida digna de las personas, haciéndolo así compatible con los aspectos sociales y económicos que la comunidad requiere. Es necesario alcanzar el justo equilibrio entre los aspectos cualitativos y cuantitativos del proceso productivo, valorando costes y beneficios en función de la consideración económica de aspectos ecológicos, como ocurre con la valoración real de las materias primas, y de la contaminación generada por los procesos de fabricación, comercialización y prestación de servicios.

Las empresas deben asumir la progresiva convergencia de la ética, de los negocios y de la política con el tema del medio ambiente. El alcance integral del tema ambiental apunta a la adopción de políticas y al desarrollo de acciones que poseen carácter global. En este escenario, las empresas se ven afectadas en su totalidad, independientemente de su tamaño y del sector en el cual operan.

EL VINCULO EMPRESA – ECOLOGÍA – ECONOMÍA: GENERAR SINERGIAS Y COMPROMISOS PARA ASEGURAR LA SOSTENIBILIDAD INTEGRAL

El desafío empresarial del siglo XXI implica mantener ventajas competitivas bajo la presencia de la ecología como factor fiscalizador. Las empresas no sólo deben preocuparse de su excelencia productiva y económica y de su cometido social, sino que han de proceder paralelamente a la adopción de esquemas operativos que incluyan la valoración permanente de riesgos y respuestas contingentes frente a posibles agresiones que amenacen al medio ambiente. El auténtico reto es reconducir el crecimiento económico basado en la iniciativa emprendedora, de modo que produzca el mínimo perjuicio ambiental, lo cual implica demandas sin precedentes de voluntad previsora y de creatividad por parte de los empresarios, el grupo de la sociedad que ha de ejercer un liderazgo responsable estimulando los cambios que el caso requiere.

Una estrategia bien diseñada debe permitir definir el coste ecológico real de los bienes y servicios que una empresa produce mediante la adopción de parámetros uniformes y coherentes, justificando de este modo la integración de costes totales no solamente en base a sus componentes directos de producción, sino además teniendo en cuenta la incorporación de sus vertientes ambientales. Al plantear objetivos estratégicos, los convencionales conceptos de “corto”, “medio” o “largo” plazo deben ser sustituidos por un criterio de planificación basado en la “sostenibilidad”.

El cambio se debe implementar con proyección transversal, haciéndolo extensivo al sistema económico como un todo, sin circunscribirlo solamente al nivel de la empresa y a su ámbito específico. Debe proyectarse a la macroeconomía y permitir la definición de procedimientos de evaluación y contabilización que contemplen criterios uniformes. En último término, se trata de tener en cuenta y de apreciar que la salud del planeta, como fuente de suministro de recursos para el desarrollo sostenido y la prosperidad, es esencial, y que la gestión de dichos recursos se debe efectuar atendiendo a su condición limitada y a su escasez, en base a lo cual su incorporación valorada a los costes de producción ha de ser rigurosa, responsable y objetiva.

La viabilidad de las iniciativas de producción y consumo ecológico es real, lo cual permite esperar con optimismo el advenimiento de modelos mercantiles dentro de los cuales los productos y servicios que incorporen los nuevos parámetros contables gozarán de buena aceptación por parte de los consumidores. El surgimiento de nuevos criterios de demanda cualitativa es ya una realidad, impulsado por fuerzas socioeconómicas, producto del florecimiento de una colectividad más culta y sensibilizada en relación con los aspectos ambientales, que en gran medida condicionan el estado de bienestar en la era del conocimiento y de la globalización.

El crecimiento económico sostenido y la singladura empresarial son compatibles con el mantenimiento de unas condiciones ambientales adecuadas, siempre y cuando se actúe con inteligencia y con sentido de responsabilidad. Bajo el binomio economía-ecología subyacen tanto retos como oportunidades, que afectan por igual a la empresa y al ámbito social y económico de los cuales depende, y a los cuales contribuye en gran medida a configurar, por la dinámica relación de interdependencia existente entre ellos. La empresa no puede desvincularse de su responsabilidad con el medio ambiente, ni tampoco debe eludir el cumplimiento de su función social, realidad que responde a su condición de núcleo imprescindible para la generación de riqueza, bienestar, prosperidad y estabilidad.

La puesta en práctica de iniciativas que impartan coherencia a las relaciones entre economía, empresa y ecología, implica la necesidad de asumir cambios radicales de valores y actitudes a nivel social, razón por la cual el camino a recorrer no es precisamente fácil. El cambio es inevitable e indispensable, y la verdadera oportunidad está en saber adelantarse a las circunstancias y transformar el reto en oportunidades. Se trata de un cambio que debe ser asumido, controlado y gestionado, formulando estrategias inteligentes que permitan hacer frente a los imprevistos.

El objetivo de toda empresa es asegurar su sostenibilidad, crecimiento y rentabilidad, en beneficio del cumplimiento de su función social, principio que debe hacerse extensivo en su alcance a la totalidad del planeta y de los recursos. La tierra es un sistema dinámico que debe ser considerado como una "empresa global", cuya misión es garantizar la estabilidad y la prosperidad de la sociedad que en ella vive, la cual, a través de sus actos, condiciona y determina su capacidad de sustentación, de acuerdo a un esquema de estrecha interrelación y reciprocidad.

El fortalecimiento de la sociedad planetaria se ha de basar en fuentes de inspiración y ejercicios de imaginación que permitan implementar las oportunas medidas de prevención y de adaptación al cambio. El desafío más relevante para que las empresas transiten con éxito a lo largo del siglo XXI es asumir la responsabilidad de impartir a sus actividades productivas el necesario grado de estabilidad, para lo cual disponer de un sustrato natural sólido constituye una exigencia insoslayable.

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