ETICA, ECOLOGIA Y ECONOMIA PARA UN CRECIMIENTO SOSTENIBLE

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Asegurar el crecimiento sostenible en un planeta afectado por problemas ambientales y sociales, en un contexto incierto, volátil y ambiguo, obliga a reorientar los modelos de producción empresarial y los hábitos de comportamiento de la sociedad. Para ello, se han de respetar principios éticos que permitan orientar la ecología y la economía con responsabilidad y visión estratégica.

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LA COMPLEJA HOJA DE RUTA HACIA UN MUNDO SOSTENIBLE

Al hablar de medio ambiente se suele caer en la tendencia de analizar la problemática desde un punto de vista unidimensional. Por este motivo, se pierde frecuentemente la perspectiva polifacética que el tema posee tanto en sus componentes como en sus proyecciones e implicaciones globales. A través de una polémica estéril se llega a la formulación de postulados parciales y relativos mediante los cuales se intenta atribuir a determinadas manifestaciones todo el protagonismo del contexto ambiental: cambio climático, crisis económica, pérdida de biodiversidad, congestión demográfica, generación de residuos, agotamiento de recursos y pérdida de patrimonio natural, para citar sólo algunas. A menudo han sido igualmente insinuadas implicaciones éticas que atañen directamente a alguna característica específica de dichos aspectos, sin que la relatividad y la subjetividad que subyacen implícitamente en el tema hayan permitido concluir la reflexión con planteamientos definitivos.

Reflexionar sobre medio ambiente y crecimiento sostenible obliga a asumir importantes niveles de abstracción, que sugieren la tentación de sintetizar hechos ambiguos dándoles una cierta forma tangible, para así poderlos manipular con mayor facilidad a la hora de razonar sobre su significado. Y cuando se intenta fusionar los términos “ética”, “ecología” y “economía” y su influencia sobre el ser humano, surge a menudo la fácil alternativa de materializar dichos conceptos en la expresión "calidad de vida".

ECOLOGIA Y SOSTENIBILIDAD

Últimamente, la ecología se ha transformado en una nueva teología. Constituye una auténtica doctrina para quienes abiertamente admiten que la biosfera se deteriora rápidamente, y que el ecosistema mundial tiende al colapso. También es el elemento motivador y la justificación programática de numerosos movimientos que, con militancia o no, intentan reivindicar la causa medioambiental, plantear la crítica constructiva o destructiva, o implementar la acción positiva o especulativa. Y en paralelo a todo lo anterior, surgen evidencias tanto para apoyar como para negar esta generalización, ya que es un hecho que algunos factores del medio parecen estar mejorando, al mismo tiempo que otros llevan la dirección hacia una clara e implacable decadencia.

Desafortunadamente, la preocupación ecológica ha sido acompañada por una noción equivocada de que la ciencia y su aplicación tecnológica son, de una u otra manera, la única causa de los problemas de la humanidad, y a la vez, la única alternativa para solucionarlos. Según algunos, si los científicos, los gobernantes, las empresas y la sociedad en general cesaran de “jugar” con el mundo, la naturaleza restablecería el balance y todo volvería a la normalidad. Especular con el ambiente ha llegado a ser un pasatiempo internacional, y numerosos problemas que le afectan se han solucionado recurriendo a alternativas que a su vez causan efectos negativos, extendiendo los inconvenientes en forma prolongada, sin llegar verdaderamente a soluciones eficaces.

La trayectoria evolutiva del mundo corresponde a algo que parece ser un fenómeno cíclico, aparente desde la propia aparición del ser humano sobre la tierra. Tras largos períodos de equilibrio global, caracterizados por etapas de progreso acelerado y de expansión, llega el momento de la decepción y de la evaluación de los aspectos negativos. Después de la ola de optimismo, sobreviene la obscura realidad de los hechos, y así sucesivamente. No es extraño que a lo largo de este proceso aparezcan alternativamente posiciones de catastrofismo y utopía, generando ciclos que se retroalimentan dentro de un contexto de continuidad que sólo perpetúa los problemas de la relación del ser humano con la biosfera. Tal dinámica induce la exclusión del hombre como actor responsable de su entorno, quien, ante la incertidumbre, se ve obligado a refugiarse en una posición de espectador pasivo que basa sus actos en la improvisación, actitud que pone en riesgo la existencia y la integridad de la humanidad, con cuya esencia no se debe jugar.

Un conjunto múltiple de políticas económicas incoherentes, insensatas, resultado del pánico coyuntural en sectores con diferentes intereses comprometidos, constituye un claro síntoma de preocupación general. Pero cada uno de estos sectores debe procurar participar activa y coordinadamente en soluciones globales, sin dejar de relacionarse con ninguno de los demás. Se ha de evitar por todos los medios aquellas acciones "miopes" que intentan generar cambios de actitud "maquillando" con lenguaje retórico sus objetivos, perpetuando de este modo la situación y el problema, de acuerdo con una expresión que en sí misma refleja la aberración de su propósito: todo tiene que cambiar para que todo siga igual. La complejidad y la diversidad del tema favorecen en gran medida esta actitud, que se ve reforzada por la comodidad que otorga la tendencia a dejar que sea el paso del tiempo el que permita que las soluciones, adecuadas o no, caigan por su propio peso.

ECONOMIA Y SOSTENIBILIDAD

La economía necesita integrar los recursos responsables del equilibrio ambiental con anticipación. Este requisito implica que se observe analíticamente la esencia de los problemas del medio rechazando toda actitud parcial de razonamiento, ya que poco se puede hacer si los problemas no se analizan de modo transversal. El mejor remedio para este mal es una buena dosis de perspectiva, que generalmente es un recurso sometido a las limitaciones de un contexto cada vez más incierto, confuso, volátil y ambiguo.

La verdad es que la sociedad, es decir, cada uno de los ciudadanos, confundidos por la distorsión de los valores, relegan muchas veces sus "responsabilidades" tanto en el área ejecutiva como en la esfera del liderazgo, pero ejercen sus "derechos" con total convicción y espíritu irrenunciable. La sociedad debe asumir y desempeñar un papel activo, responsable y consciente en el área de las decisiones relativas a su entorno, para asegurarse de que la tierra, el agua y los demás recursos naturales, erróneamente considerados gratuitos e ilimitados, no sean explotados de forma derrochadora, o utilizados de modo incompatible con el interés universal.

Prescindiendo de los criterios ambientales más esenciales, se acepta a menudo y estoicamente la construcción de carreteras en sitios donde ingenieros, de acuerdo a criterios estrictamente técnicos, consideran más apropiados. Se considera lógico que los asuntos de salud sean puestos en manos de médicos, sus profesionales monolíticos. Que mejorar la situación de los estratos menos privilegiados y marginales de la sociedad sea encargada a gobiernos, instituciones y organismos de ayuda, de beneficencia, y a filántropos, sin tener en cuenta que la caridad mal enfocada puede ser perjudicial si no permite a los que la reciben prescindir definitivamente de ella, y lograr su autosuficiencia.

Las anteriores aseveraciones no pueden ser aceptadas aisladamente desde el punto de vista económico si se quiere considerar a la sociedad como un todo integrado y solidario. La falta de conciencia de abstracción, así como la presunción desmedida de conocimiento, tienden a desviar las decisiones de aquellos cuya misión es la de dirigir, controlar y explotar las fuerzas de la naturaleza hacia simplificaciones demasiado extremistas y peligrosas. Así, la creación inconsciente de problemas de gran envergadura lleva simultáneamente a la adopción inconsciente de soluciones urgentes y equivocadas, ya que la omisión de parte de los factores en juego no es analizada de modo integral. De allí la necesidad de fortalecer la definición conceptual de las obligaciones y funciones de aquellos cuerpos legislativos y gubernamentales, y de aquellas organizaciones nacionales e internacionales pertinentes, para lograr de todos ellos no solo la eficiencia económica y operativa, sino también el efecto perdurable de los beneficios que las acciones deben aportar al control de las relaciones del ser humano con su entorno natural.

En un mundo de cambios permanentes y de relaciones infinitamente complejas, se hace necesario abandonar aquellos tradicionalismos y pensamientos doctrinarios estáticos, y sustituirlos por una acción más positiva, vanguardista y responsable. Como en toda ciencia, la planificación de una economía próspera compatible con una sana ecología debe hacerse extensiva a la totalidad de las relaciones entre el ser humano y la tierra, teniendo en cuenta la adopción, asunción y consolidación de valores que proyecten acciones basadas en conceptos compatibles con la esencia humana y con la sostenibilidad integral.

Una de las mayores debilidades de la civilización contemporánea la constituye el excesivo valor que el ser humano da a las cosas superfluas, y el abuso que hace de ellas en deterioro del medio, frecuentemente con fines absurdos. Es un hecho reconocido que las empresas, el mercado y los gobernantes incentivan la competitividad como argumento de crecimiento y progreso. Por otro lado, se hacen diversos llamados a la estabilización y control de dicha competitividad para frenar las presiones que conducen al deterioro del medio físico, y para asegurar una situación de crecimiento equilibrado y sostenido. Esta dicotomía de planteamientos puede inclusive provenir de las mismas fuentes, como producto de puntos de vista influenciados por la demagogia, los intereses creados o la "moda" del momento, creando en el ciudadano confusión, excitación y crispación, opacando cualquier estrategia de acción sometida a la necesidad de basarse en planteamientos claros y coherentes.

La ambición económica descarriada, en términos absolutos, es una manifestación que crea extremos opuestos que no obedecen a otra causa que a la escasez y limitación de recursos que la tierra puede aportar para la subsistencia, y por los cuales el hombre libra una batalla de conquista febril, próxima a la depredación. Esta lucha es instigada por otro atavismo ancestral no menos importante del ser humano: su agresividad, manifestada en forma de violencia, envidia, explotación y guerras. Es difícil lograr la implantación y la pervivencia de valores éticos en la economía si no se superan estos atavismos por la vía de la razón.

LAS CONDICIONANTES ETICAS DE LA ECONOMIA Y LA ECOLOGIA

Pocos perciben en su verdadera magnitud y trascendencia hasta qué punto el mercado ha llegado a alienar al ser humano, inclusive utilizando el argumento ambiental como arma persuasiva para presionar sobre el consumo. Es del todo dudosa la ética que subyace tras los refinados métodos de comercialización amparados por una publicidad agresiva y distorsionadora que frecuentemente crea falsas expectativas al ciudadano, promoviendo el consumo de productos supuestamente "ecológicos", cuya motivación de compra se genera más por imposición de la "moda", que por la adopción de una legítima conciencia ambiental.

El comportamiento constructivo o destructivo del ser humano en su medio se modifica y evoluciona a través del vínculo indisociable de todos y cada uno de los individuos con su complejo y diverso sustrato natural, incluso si éste ha sido modificado por causas artificiales. El hombre se diferencia del resto de los componentes del reino animal en que estos últimos manifiestan cambios en sus relaciones con el ambiente sólo como consecuencia de su evolución a largo plazo, y como resultado de variaciones evolutivas transmisibles hereditariamente. En cambio, el hombre influye sobre prácticamente todos los ecosistemas del mundo, y de allí que los problemas más urgentes de la humanidad no sean precisamente los económicos, sino los ecológicos y los sociales, lo cual pone en evidencia que la percepción y la comprensión ética de la economía debe constituir el fundamento impulsor de todas las acciones que orienten hacia un crecimiento sostenible.

El mandato ético que ha de marcar las pautas de conducta racional para una supervivencia digna del ser humano y de su entorno, exige cambios radicales en el modo de pensar y de actuar. Si la evolución cultural de la sociedad no va acompañada de la voluntad y de la decisión de cambiar, poco se puede esperar en este sentido. Tal vez la movilización masiva, producto de la sensibilización provocada por las presiones globales, sea la que haga posible esta mutación, de acuerdo con un esquema diferente, dentro del cual la lucha por defender un entorno vital perteneciente a todos, elimine las fronteras geográficas, ideológicas, políticas y culturales que a menudo bloquean la acción.

Al conocido planteamiento de que se ha de pensar globalmente y actuar localmente en asuntos que atañen al medio ambiente, se ha de oponer a la vez la tesis contraria, o sea, la de reflexionar sobre los problemas locales asumiendo que influyen indisociablemente en la problemática universal del planeta. El medio ambiente pertenece a todos, y si los integrantes de la sociedad no son parte de la solución, son parte del problema. Lejos de intereses egoístas y partidistas, la ecología y la economía deben ser asumidas global y solidariamente. Los conceptos de ética y de solidaridad han de prevalecer sobre cualquier otro planteamiento, ya que en esencia ambos obligan a cada miembro de la sociedad a identificarse no sólo con las acciones globales de defensa de la integridad de su entorno, sino también con las consecuencias negativas que puedan afectarlo como resultado de errores, agresiones o falta de planificación.

La evolución cultural del hombre, más que la biológica, es la responsable de los avances y retrocesos que es posible observar en el ámbito ambiental y económico. La evolución cultural ha sido de tal magnitud, que ha superado los caracteres biológicos y puramente animales del hombre, quien los ha subordinado completamente al uso prioritario de la inteligencia. Por ello, la asignatura pendiente de la humanidad es su evolución ética, que aún no ha sido manifestada como tal en proporción ideal, por lo menos en lo que respecta a sus relaciones con el medio ambiente y consigo misma. Es el aprendizaje evolutivo integral el que ha de conducir al logro de la percepción ética por parte de la humanidad, y para lograr este objetivo es preciso asumir la complejidad del medio y la variedad de alternativas que deben ser implementadas, sin olvidar la correspondencia que es preciso mantener entre el bienestar humano y el resto de las manifestaciones de vida organizada que con él comparten el sustrato vital.

Una equilibrada ética informativa, libre de tentaciones sensacionalistas y manipuladoras, junto con oportunas estrategias de formación ciudadana, puede cambiar el curso opresivo de quienes concentran en sus manos la producción, dominan el mercado, elaboran las políticas e imponen los estilos y esquemas de vida, encaminando la acción hacia fines más humanistas, basados en el cambio radical y definitivo de los valores éticos y ecológicos. La fuerza y el valor de la información como arma de influencia sobre el ser humano es enorme, y a través de sus múltiples y eficaces instrumentos, puede constituir una valiosa herramienta para asegurar una vía de crecimiento equilibrado y sostenido.

Las reflexiones sobre ética, ecología y economía llevan inevitablemente a intentar enunciar los fundamentos de una sociedad armónica y estable, es decir, una sociedad en sintonía con la capacidad de sustentación de la tierra, que fortalezca una condición de equilibrio sostenido, y no por ello menos dinámico, entre el hombre y la biosfera, su sustrato material. La humanidad tiene que dejar de lado la absurda competencia del hombre contra sí mismo y contra su medio, un esquema que ha generado a lo largo de la historia situaciones tan aberrantes como el racismo, la xenofobia, los procesos migratorios extremos y las confrontaciones bélicas. La gran riqueza de los ecosistemas radica en su dinamismo, su resiliencia y su diversidad, y la humanidad no debe escapar a esta realidad si pretende ser estable en términos de dinamismo social, económico y cultural.

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